Una Fe comprometida (5)
Después de su encuentro personal con Jesús, Glenda comenzó a asitir a misa frecuentemente, a visitar los barrios marginales de su ciudad, se llenó de piojos por el contacto con los niños de más escasos recursos, visitaba la cárcel de mujeres para enseñar guitarra y cantar con a las internas de la prisión. En cada encuentro con ellas les compartía su experiencia y les invitaba a buscar a Dios. Nos cuenta su madre que regaló toda su ropa a los pobres y vestía una ropa muy sencilla. Por propia iniciativa se inscribe en los cursos de preparación al sacramento de la Confirmación, que antes había rechazado. Nos cuenta que eran fuertes sus deseos de recibir el Espíritu Santo, pues sabía que con su ayuda entendería y comprendería más acerca de Dios. Ella recuerda que se confesó 3 veces, porque temía pecar y que por esto no viniese el Espíritu Santo. En la última confesión el Párroco de la catedral, el Padre Mesa, le dijo riendo que ya no la podía confesar más y que el Espíritu Santo era un regalo que no dependía de sus confesiones, así que debía poner todo su empeño en "esperar de Dios todo". Aún hoy recuerda sus palabras. Por otra parte su novio no protestaba y le acompañaba en estas aventuras espirituales y apostólicas.